Demetrio Delgado se había prometido que no volvería a acompañar a su querida esposa Marta de compras al centro comercial.
Sus "viajes a tiro hecho" - como ella solía definir esas incursiones al macrocentro- solían devenir en una interminable sucesión de visitas a tiendas, probadores, más tiendas y la búsqueda del producto perfecto, idóneo, merecedor de las tres B : Bueno, Bonito y Barato.
No tenían hijos y Demetrio hubiera preferido realizar escapadas por el campo en los escasos fines de semana que ambos libraban. Pero su querida "máquina de reñir" como a veces la llamaba , ora molesto, ora divertido, era más urbanita y la visita al centro comercial se había convertido en una especie de ritual profano por el que el nuevo templo al dios consumo había reemplazado a las antiguas visitas a la iglesia.
Sea como fuere, ese domingo estaba resultando particularmente insufrible para nuestro protagonista.
Hasta tal punto que cuando la sesión de compras parecía -por fin- terminada, Demetrio suspiró aliviado. Ahora podremos ir al Pako's Ribs - pensó- a degustar sus universalmente famosas costillas y alitas .
Mas no fue así, porque Marta anunció :
- Ay, se me ha olvidado comprar el regalo de cumpleaños para Anamari. Vamos al Priawi.
- Lo siento cariño - respondió Demetrio - sabes que me gusta andar, pero por el campo y a buen paso. Este incesante Via Crucis a paso lento y con más paradas que el regional Madrid-Sigüenza-Arcos de Jalón ha pasado factura a mis lumbares. Si no te importa ve tú a la tienda y yo te espero sentado en ese área de descanso con las bolsas de la compra.
- Está bien, corazón. Vuelvo en un rato.
Al poco tiempo el "rato" se empezó a hacer eterno para Demetrio, que a la sazón se había quedado sin batería en el móvil.
Maldición - pensó - sin redes sociales ni internet ni un sudoku...ahora echaba de menos aquellos tiempos sencillos en los que siempre llevaba encima un libro, revista o cómic.
Al menos tenía su reloj - pensó - pero este hecho, lejos de aliviarle, empezó a causar más inquietud según pasaba el tiempo: a las 14 horas le sucedieron las 14.15, las 14.30... ¡ menos mal que iba a ser un rato- pensó -
Amigo de los animales desde su infancia se puso a hablar con el cachorro de perdiguero que acompañaba a una señora sentada cerca suya. Después vio pasar a familias, parejas, ancianos...
Las 14.40 ¿dónde se habrá metido esta mujer?
Las 14.50 ¿cómo es posible que tarde tanto en encontrar un regalo?
Las 15 horas. Esto no es normal. algo ha tenido que pasar.
Al no disponer de móvil y no existir ya en el centro los añorados teléfonos públicos no le quedó otra opción que, hastiado y preocupado, dirigirse a la gran tienda Priawi .
Pero allí nadie había visto a Marta: ni el guardia de seguridad, ni las dependientas....nadie la reconocía cuando enseñaba su foto.
Alarmado, volvió al coche y condujo a la mayor velocidad posible hacia casa, repasando cada gesto de ella al alejarse hacia las tiendas. En el vehículo consiguió cargar el móvil lo suficiente para llamarla. Su teléfono no respondía.
Atravesó a la carrera el portal de su casa y se lanzó escaleras arriba como una gacela enloquecida.
Al llegar a su piso intentó abrir la puerta con su llave.
Pero la llave no encajó.
Probó de nuevo. Nada. Tocó el timbre y una desconocida abrió, extrañada, con rulos y una bata completamente "demodé". Detrás de ella un hombre con un niño en brazos y vestido con un batín de algodón le preguntó:
- ¿Qué desea usted ?
- Esta es mi casa -balbuceó-. Me llamo Demetrio Delgado y vivo aquí con mi esposa Marta. Marta Mendoza.
La mujer frunció el ceño:
- Llevamos aquí desde que construyeron el edificio. Nunca ha vivido ningún Delgado en este bloque. Ni Delgado ni Mendoza.Demetrio retrocedió , tambaleante, con una expresión aterrorizada en su pálido rostro. Marcó de nuevo el número de Marta. Una locución automática respondió “el número marcado no existe”
Fue entonces cuando se percató de que su reflejo en la ventana del rellano tardaba un segundo de más en imitar sus movimientos. Y que el anillo de casado….había desaparecido de su dedo.
Se quedó parado allí, con una certeza helada creciendo en su interior: lo que él recordaba como su vida no le pertenecía. O quizá, peor aún, jamás había sucedido en este mundo.
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